TRATO Y TRATAMIENTO
En su día la ley orgánica general penitenciaria, primera de su clase tras la restauración democrática y aprobada por aclamación en el nuevo parlamento de 1978, acordó el espinoso tema de la vida en privación de libertad desde dos conceptos básicos: régimen y tratamiento.
Un régimen de mantenimiento de todas las libertades no conculcadas por la sentencia donde se asentaba una intervención personal e individualizada, cuya planificación estaba encaminada a la reinserción social. Pasados los años, el fracaso de esta reforma, tan esperada y aplaudida, quizás haya tenido que ver con que no se tuvo en cuenta que entre régimen y tratamiento estaba el “trato”; el factor humano que debía engrasar de forma constante la maquinaria.
Hace justo un año, en los días inmediatamente anteriores al confinamiento general, sufrí internamiento por Covid en uno de los hospitales generalistas de la ciudad impar en la que vivo. No me mató la enfermedad, pero a punto estuvo de hacerlo el trato recibido. Nunca me he sentido tan ofendido, tan vejado, tan apestado, tan mal/tratado como en aquellos días malditos en los que sabíamos tan poco (médicos y pacientes) los unos de los otros.
Desde entonces he procurado esmerar el trato. Como persona, y, consecuentemente, como editor. Intento con entrega encontrar el corazón de los libros que publico, revestirlos de acuerdo a la ocasión, velar por ellos y tenerlos en mi compañía, tal y como exige el Código Civil a los padres respecto de sus hijos. Lo intento también con todos los intervinientes en el proceso: autores, maquetadora, impresor, libreras y lectores. Esta obligación del trato quedó fijada para mí a través del maltrato. Una lección que no olvidaré nunca.