Diario de un editor

26 mayo 2008

sorpresa

He visto dos veces en tocar a la gente de las jóvenes orquestas venezolanas. La primera hace unos quince o veinte años en una de esas salas que los jesuítas tienen sembradas por la geografía emocional. Era un lugar recogido con un público entregado a la cosa de la solidaridad y eso. Aparecieron allí una docenas de quiquillos con sus violines y su viento y tocaron vestidos de indios, que es lo que eran en su mayoría, con una seguridad y alegría que provocaban instantaneamente la sorpresa.

¿ Como es posible que esta gente pueda tocar Mozart ? ¿ No era esta la música clásica, la música culta ? ¿ No era esta la música que nos pertenecía ?

La segunda vez fue este mismo año, allá por el invierno. Dirigidos por Gustavo Dumadel, la joven orquesta Simón Bolivar con su casi cien profesores, todos smenores de 21 años, con un sonido consolidaddo hasta el extremo de llegar en el ciclo de las grandes orquestas, del mundo atacó la consagración de la primavera con una fuerza y una emoción solo reservada para los grandes , grandes. Los que nada tienen que ver con los laboratorios. Vestidos de noche provocaban parecidas sorpresas que cuando entonces.

¿ Como es posible que esta gente toque tan bien ? ¡ Como es posible que toquen mejor que nosotros lo que creíamos nuestro ?

La concesión del premio principe de Asturias al fenómeno de las jóvenes orquestas venezolanas es una buena noticia para el hombre. Practicamente ignorada por los medios de comunicación que tenían serias obligaciones con Eurovisión y el festival latino, la distinción supone el reconocimiento de la vida. La prueba irrefutable de que el futuro es nuestro. Tan nuestro como lo fue el presente. La confirmación de que hay que dejar la batututa en manos de los ilusionistas, de los que ven rosas allí donde nosotros solo vemos petroleo.

! Que libro mas bonito el contara un año con la orquesta ! Sus alegrías, su manera de ver la vida .
La vida de unos seres que ha transcurrido entre el arroyo y Wagner. Ahí es nada. El nuevo periodismo anda, sin embargo, siguiendo la crisis del PP o la renovación de la cúpula militar de Eta. No saben mirar. Eso es todo.

20 mayo 2008

amapolas

A estas alturas de mayo, pasado San Isidro, tan campero, los campos de amapolas resultan de una evidencia indestructible. Yo los tengo fechados muchos años a finales de abril y siempre nos sorprenden, porque a diferencia de los almendros aparecen antes de lo esperado, sin hacer fuerza, con la conmoción de la primavera que se impone con la edad, por encima de la bondad del otoño. Los campos de amapolas guardan la fuerza de las cunetas, la juventud de los márgenes, la resistencia de lo frágil. Pocas cosas me hacen sentirme tan vivo como los grandes campos de amapolas en la mitad de estos campos hondos y desleales de la Castilla profunda. Cuando me los encuentro entre abril y mayo, me viene la conciencia de la vida, el milagro del crecimiento.La dulce religión de las cosas pequeñas.
El campo, hay que mirarlo acompañado. A pesar de que la literatura tenga la tentación de buscar la representación del paseante solitario, nada mas preciso que una pareja quieta en un alto mirando la bondad del mundo. Un hombre solo una muer / así tomados de uno en uno/ son como polvo no son nada /, lo dijo el poeta. La elección del acompañante por las estaciones de los años, por los campos de amapolas, por el viento de garbí y sol de mayo, es un milagro. El acompañante otorga el sentido. Sin él nada es lo mismo. Los campos de amapolas nos los recuerdan cada año. Son lecciones que están ya en nosotros.
El editor tiene una colección bajo el título de " cosas del campo " que es un clásico español sobre el asunto. También Plá, claro. Pero nada parecido a la pasión inglesa por el naturalismo. Quiero decir que los libros del editor son bonitos. De verdad que son bonitos , pero les cuesta mucho llegar a su destino.

12 mayo 2008

lento

En la página 51 de la edicción española en Anagrama del mágnifico texto de Alan Bennett " Una lectora nada común " encuentro, al fin, mi nombre que siempre había mantenido oculto bajo la manta segura de la lentitud. Opsímata para referirse a las personas que aprenden tarde en la vida. Es decir que lo que yo creía, mas o menos, una virtud ( "El descubrimiento de la lentitud" se llama esa novela ) no es ni mas ni menos, como siempre me he temido, que una incapacidad muy cercana a la impotencia. !Ea! que uno no aprende nunca que es cosa muy distinta a de no terminar de aprender nunca. En esos términos anda el debate de una vida.
Viene al caso porque me acabo de dar cuenta, creo que acabo de entender la presencia tonta de una pequeña editorial en una feria que se tiene por grande. Veamos: 600 euros de caseta, pagar a la persona que te la atiende, invitar a comer a tres o cuatro que celebran tu fiesta y echar cuentas. En el debe, uno paga una parte ( pequeña, claro ) de un director y dos o o tres subdirectores de esos que se ganan la vida con sus sus curricululos de silicona, la troupe de escritores definidos porque siempre son mas en la mesa que en el público, y un docena de jóvenes que ya ni se esfuerzan en estar buenas, que nunca saben por lo que les preguntas y que siempre se encuentran molestas porque se les pregunte algo. Total que he aprendido que uno a esto va de palmero y claro, pasa lo que pasa. No voy mas dice el editor y otra vez como es opsímata, pues lo dice tarde y mal, que al fin y al cabo es lo mismo.
Volvamos al principio para respirar un poco. En el texto de Bennet la reina de Inglaterra por una casualidad, se vuelve una lectora convulsiva y eso revoluciona su entorno. Lógico. En un momento llega a decir :

---El otro día leí un poema buenísismo sobre como se unieron el Titanic y el icebergo que lo hundió. Se titula" La convergencia de dos" . ¿ Lo conoce ?

---No, señora, dice su primer ministro. Pero, ¿ de que serviría ?

---¿Le serviría a quién ?

---Pues.... al pueblo

---Oh- dijo la reina - sin duda le enseñaría que todos dependemos del destino, ¿ n0 ?

Lento o opsímata, esa es la cuestión.

05 mayo 2008

La comida de colores

No me acuerdo, pero debía tener cinco seis años cuando mi padre me enseñó el mar. Fue en Alicante de camino en autobus para alcanzar la playa pequeña, que luego decíamos nosotros para diferenciarla de San Juan. Ibámos en autobús y, tras una revuelta, apareció un azul bebé que lo llenaba todo. Era un espacio que se extendía mas lejos de lo que yo hubiera mirado nunca. Tuvieron que pasar muchos años ( mas de treinta ) para que me volvieran a enseñar el mar como Dios manda. Fue Piluca Torra, la mujer de Benito, mi amiga. Abrió la puerta del apartamento que se acababan de comprar ese año y por el pasillo, al final, apareció el mar y lo lleno todo. Todo era mar. La cocina, el dormitorio, el salón, la terraza. Era el mar en cada metro util. Yo me quedé sin habla, como la primera vez, y luego nos dió una comida de colores.
La comida de colores, frente al mar, tenía muchas frutas, ensaladas, gambones, alguna carnecita guisada y tés maravillosos que abrían la puerta de la siesta con ayuda de gusiqui para los hombres y cava para las señoras. Era una mesa de cuento de hadas con la sandía, el melon, las aceitunas y los pimientos haciendo de rosas y clavelinas como si de una fiesta grande se tratase. Era, mas que otra cosa, emocionante.
Cada año, durante la última docena o más, Piluca preparó con esmero esa comida dos veces año. Las veces qu íbamos a Mojacar para dar unos paseos y ver amanecer por la sierra o por el puerto de Garrucha. Nadie decía nada pero la comida de colores era la referencia de como podíamos haber sido, de como era la vida en realidad, cuando se le quitaban añadidos; de que sentido tenía el orden y el concierto. La comida de colores era un puntal, una referencia, la certeza de que lo soñado tiene un sitio. Era la vida. Yo sabía que esa comida era la vida.
Piluca ha muerto, ya lo he dicho hace un par semanas. A muerto demasiado joven y demasiado todo. Ahora, sin comida de colores, puede empezar el efecto dominó, la caída libre, el derrumbe.
Mas que nunca en Mojácar, este año, el libro a leer será El Gatopardo. Menos mal que tenemos los libros. Si no sería imposible tanto dolor, chacho.