Diario de un editor

22 agosto 2011

Quijote 2

Termino ya el primer Quijote y me adentro en un par de libritos de Rosa Rossi que oye muy bien a Cervantes cuando deja el calzador del feminismo. Un artículo magistral sobre los sucesos de Lepanto. Ahí me quedo algunas horas del domingo mientras fuera va cambiando el tiempo y los vientos de tormenta arrastran ya los primeros signos del otoño.
Los entendidos hablan con cierto desprecio de esta primera parte y aseguran que no puede enfrentarse a una continuación de tan rotunda, tan profunda y tan dolorosa. Estoy de acuerdo.
Pero mi primera parte esta llena de abril, de fragilidad, de intentos. Puede oirse el rumor del arroyo convirtiéndose en el río de la gran novela que vendrá después. Por momentos se percibe la seguridad del escritor que ha descubierto una derrota y la sigue curioso e impenitente. Imagino a Cervantes triste de tanto ver el mundo, quizás en el cárcel de Sevilla , escribiendo un relato para entretenerse y dándose cuenta poco a poco que la mano se le escapa, que los personajes comienzan a ir a su aire, que les da por hablarse entre ellos olvidándose del autor. Casi me llega su sonrisa y su miedo a seguir avanzando. Miedo a soltar las riendas y dejarse llevar. Pasar dos o tres horas escribiendo, dejar la pluma y darse cuenta que la tarde se ha ido y solo queda los últimos rayos de un sol que hace pan de oro con cualquiera de nuestros objetos cotidianos.
Solo conociendo las ofensas que la vida guardó par aquel ser tan diferente puede uno imaginarse su enajecación, su risa profunda, mientras escribía esta primera parte que tanto nos gusta a los íntimos.

08 agosto 2011

Quijote 1

Entro siempre a Cuenca por la carretra de Madrid bajando el puerto de Cabrejas muy despacio para sentir el temblor de ver la ciudad en alto tras una curva que la memoria ha ido señalando como un mojón en la antigua vía y ahora en la autopista. Luego el pinar de Jabaga, la avenida de la República Argentina y finalmente la calle Fermín Cballero que terminaba en la casa de la familia y en la fábrica de maderas que gerenciaba el abuelo. Dejo que el coche, saludo y me voy a la plaza. Hasta que no oigo el murmullo de alguna fuentecilla no me termino de encontrarme en mi elemento. El correr de las aguas moras hace que pueda atracar en puerto.
Con el Quijote , cada agosto , me sucedo algo parecido. Saco la vieja edición de Austral , releo la postal de Sua que me ha servido de marca durante más de 20 años, vuelvo a Astrana Marín para buscar algo que no termina de estar fijado y entro en èl de la mano de una música conocida, un ritmo tan familiar que me pone la carne de gallina, una luz manchega que invade mi habitación de lectura, un aire familiar, un recuerdo de aquel hombre tan ejemplar como heroico.
Pero son las palabras. Las palabras que funcionan en mi como el sonido del agua de la fuentecillas de Cuenca:
Malandanza, derrota, rimero.... ! Que vocablos, que fuerza , cuanta verdad, en un texto que va creciendo ante mis propios ojos. Levanto la cabeza y busco en mi interior de donde sale tanto gozo.
Las palabras , ya se sabe , tienen nostalgia del cuerpo.

01 agosto 2011

lecturas

Otra vez me vuelve el cuadro de Chardin como en volandas. " Le lisant " , creo que se llama. En un conocido artículo el crítico George Steiner insiste sobre la formalidad , el revestimiento para la ocasión que ha elegido el filósofo para dedicarse a su tarea. El hombre está leyendo. Tocado incluso de un bello sombrero - una prenda de respeto- con los cinco sentidos puestos en el texto, el lector, lee. El mundo ha quedado suspendido. Nuestro hombre lee en el corazón de la casa, sin ruidos, sin otras personas que entren y salgan de la estancia. Hay en su quehacer una plenitud que parece arropar el mundo. Da la impresión de estar haciendo lo que quiere hacer. Algo tan extraño en nuestro tiempo.
He pasado el fin de semana leyendo. Gozando de los varios rincones de mi casa al efecto me he introducido una novela italiana titulada " La acabadora " de una madurez impropia, un relato realmente excepcional que deja tanto por decir como lo dicho. He terminado una de las obras que sabes te van a dejar marcado para el resto " La vida entera "y he sacado " El Quijote " de su sitio para afrontar el tránsito de agosto. En varias ocasiones he sentido que la vida merecía la pena por lo que estaba haciendo. Mientras el airecillo de las primeras horas de la mañana me daba en la cara y el libro se me caía entre las manos he bendecido las cosas como les gusta hacer a los agradecidos.
Entre medias tenis, vinos y comida hecha por uno mismo. Juncal en la última hora del domingo.
Y un milagro: el recuerdo certero de que en la madrugada del viernes paseando por una ciudad hecha de barrios, en el territorio grande y provinciano , miré al cielo para buscar estrellas y me encontré bajo el manto de los plátanos verdes mecidos por un viento suave que llegaba directamente de la infancia.
Algo que sonoba en mi sin mi.