Diario de un editor

29 diciembre 2008

catalanes

Muy pocos antídotos tan eficaces contra el ataque navideño como volver a las horas de Josep Plá y dejarse mecer por los vientos del año. Un libro delicado, infantil, varado en el tiempo, capaz de resistir las listas doradas de los críticos en los suplementos literarios. Leer a Plá, verle discurrir sobre el Garbí, pararse ante un adjetivo, o buscar una fecha para ir al mar y estarse quieto, es como una manta sobre la rodillas en esas horas de la tarde en que se va haciendo necesario un guisqui.
He andado tambien con algunas novelas de Marsé, viendo si me seguían sonando. Si la prosa me traía recuerdos de los cascabeles de las mulillas que salían cerca de mi casa camino de la plaza de toros. Marsé es un caballero de su oficio, un hombre cabal, de pocas entrevistas, que ha ido reconstruyendo su mundo con la vocación exhaustiva de los catedráticos. No ha perdido ni el tiempo ni el destino y volver sobre " Si te dicen que caí " o sobre " Rabos de lagartija " es adentrarse en territorios fértiles como el Ampurdan o Jose María de Sagarra.
Beber Gramona o Agustí Torelló mientras la madre prepara lo que ella piensa que será la última Navidad que pasemos juntos es una experiencia cercana, familiar en el sentido en que estos terminos merecen la pena en un mundo de anuncios y rebajas.
Lo catalán no se rebaja nunca. Está en su precio. Se quiere o no, pero está en su precio. Uno de los cenit de la ignorancia, de la vulgaridad, de lo nuestro, es hablar mal de los catalanes. La gente no sabe lo que dice. Ya quisiera uno estar mas cerca.
Feliz año.

09 diciembre 2008

sin leer

La mayor parte de los lectores somos malos compradores, o ese es el reproche común que se nos hace. Compramos de más. Agigantamos los espacios cotidianos destinados a los libros, compramos con los ojos y nos perdemos con los suplementos como los caballeros con las rubias. Somos carne de cañón, dicen en casa.
Compramos porqué siempre hemos tenido ganas de leer eso, porqué nos gusta mucho la edición, porque hay que apoyar, o porqué tenemos que leer ese libro. No podemos permitirnos el lujo de no haber leído tal o cúal cosa. Esos son los peores.
No hay peor cosas que seguir manejando obligaciones, sin poner coto a la culpa. Sobre el deber se ha escrito mucho y es mejor dejarlo no sea que demos tambien en comprar sobre la materia y sea peor el remedio que la enfermedad. Que hagamos un pan con una hostias, vamos.
Leyendo la aparición de un trabajo sobre Martín de Riquer me dí cuenta el otro día que nunca había abierto su refelexión sobre El Quijote y que se trataba de un ejemplo sobre la cantidad de libros que tengo en el apartado de lo que tengo que leer, que decíamos antes. Bueno pues nada, voy a la estantería cervantina, tomo el volumen me leo el último capítulo sobre Avellaneda, buenísimo. Leo el prológo de Dámaso Alonso y buenísimo. Curioseo con el apartado de las novelas de caballerías y me encuentro con California y la Patagonia, me engancho con ... y me leo entero el libro durante el fin de semana con un placer que solo un lector, conoce en las tierras vírgenes del domingo por la tarde.
Me dan ganas de salir corriendo hasta mis allegados, agarrarlos por la solapa, cantarles las bonanzas del comprar y comprar, empezar a vivir dentro de los límites de nuestra querida biblioteca. Pasado un rato decido guardar silencio y dejarlo caer en esta pequeña botella semanal que lanzo delicadamente a orillas del oceáno.

01 diciembre 2008

suplementos

Hace ya años que uno compra la prensa unicamente los fines de semana para eludir los aludes de información. Actualidad y conocimiento tienen poco que ver. Actualidad y vida, nada de nada.
El caso es que la tarde del sábado y el domingo, en espera o intermedio de los acontecimientos ligueros, doy en repasar suplementos, dejándome mecer por los efectos dominos, levantándome a por algún libro de los que se citan, comprobando el año en que lo leí, la edición que compré, la impresión, el tacto. Eso que hacen los lectores con sus libros. En esta ocasión hojeando uno de los suplementos literarios me he quedado de piedra comprobando que había subrrayado para comprar todas y cada una de las novedades que se citaban. ! Joder , no cambias ! , me he dicho entre un amago de risa y otro grande sorpresa.
Menos mal que ya apenas compro porque, aunque no se lo crean, tengo menos dinero que entonces, menos sitio y menos de todo. Parecerá mentira, pero uno no tiene edad ni siquiera para la mentira, así que al loro.
Sin embargo el asunto central está en el descubrimiento de la pasión intacta. En algo que ha permanecido inalterable. En la atracción que supone el listado limpio de los restos del naufragio. Frente a los que hablan de destripar libros comi si de juguetes se trataran, de los advenedizos de la poesia, de los que solo leen ensayos, el editor frágil de las provincias se compraría todo el suplemento como el niño compraría todas las golosinas del kiosko.
Sobre todo uno mas que me soplaron el viernes con trailer incluido. "Un hombre afortunado" de John Bergier. Los amigos son todavía mejor que los suplementos.