Diario de un editor

28 enero 2013

pequeñas

Pilar, una amiga muy querida de mi hermano Miguel, me trae una botella de un licor extraordinario que me dió a probar en navidades. Está hecho en algún lugar de Cataluña por otro amigo que conoció en un viaje y que se dedica a las cosas pequeñas que tan bien glosara Salvador Papasseit, un poeta muy suyo. Las cosas pequeñas son de un valor incalculable. Están ahí para indicarnos los caminos secretos de la lentitud , el tiempo pleno, el valor de la insistencia, la gratuidad de lo importante. Solo pueden regalarse. No admiten el comercio. Quedan fuera del territorio de los mercaderes.
No hay peor insulto para el comensal que un mal vino de mesa. No hay mejor atención que un buen licor de sobremesa. Este de endrinas, es redondo; definitivo. Pone en valor a su autor como si de una obra de arte se tratase.
Odio los chupitos. Odio especialmente los que no tiene alcohol. Son veneno.

21 enero 2013

Enero : la certeza

Enero suele terner la semana de más frío. Febrero la primera semana de primavera. Un anticipo. Enero tiene además unas cuantas cosas que le hacen especial y muy querido: la luz, el tiempo recobrado, las lunas y san Antón. Todos tienen sus refranes aunque yo solo me aceurdo ahora mismo de uno en catalán que une el crecimiento del día con el frío, pero no es cuestión de ponernos estupendos así que busquen en Plá que seguro que aciertan.
En enero crece el día y en ese notarlo vamos viendo que remontamos la cuesta del invierno, que vamos a poder un año más llegar a la manzanilla fresquita, al té de río y a los tomates recién cogidos de la tierra. Tiene también una luz muy limpia, nueva, no usada, que ilumina las primeras horas de la mañana de una forma delicada pero rotunda como solo pueden hacerlo la naturaleza en flor. Parece un contrasentido hablarde mañanas de enero en flor pero es así, se lo juro. Tiene, a mayores, las lunas más bonitas del año. Lunas rotundas, definitivas y metálicas en medio de la noche capaces de hacer enloquecer a los mejores. Es decir, a los predispuestos.
Pero a mí lo que más me gusta de enero es san Antón, la bendición de los animales, el gentio buscando la fiesta al solito de los bueyes. San Antón es un santo que sabe como todos del paso del tiempo y no hace mucho que bendencia sustancialmente animales de tracción, burros , mulas y eso. Ahora basicamente pone las manos encima de los animales de compañía, pequeños y grandes que hacen más llevadera el ansia del hombre por estar en comunicación con el universo. San Antón sabe que lo que más gusta a los hombres de los animales es su certeza; su lealtad sin límites, su ausencia de la duda criminal. San Antón ha hablado muchas veces de esto con  san Pedro. No hay nada más duro de ver que una bofetada a un niño, que un palo a un animal que te toma por dueño. Ver matar a un animal a palos, ver colgar a un galgo en un pinar castellano, dejarle allí abandonado hasta que le alcanza la muerte, es un delito de difícil perdón y de imposible olvido. Los animales con su certeza, nos recuerdan lo que fuimos y lo que hemos perdido. San Antón , el santo de enero, está ahí para devolvernos al camino.
Enero es un mes muy limpio. A disfrutarlo.

14 enero 2013

Literal

Un apunte al concluir mi excursión por el gran libro de juventud:
Apenas 100 años separan la aparición de Robison Crusoe y el Quijote de Miguel de Cervantes. Centrados en una época tan poco “rápida”, por decirlo de alguna manera, podría argumentarse que De Foe y el hombre manco fueran contemporáneos, y que sus dos libros resultan primos hermanos.
Me imagino que tal circunstancia no habrá sido ajena a la literatura comparada. He buscado en Steiner y Bloom en mi modesta biblioteca y no encuentro nada. Sin embargo, seguro que si entro en Internet me mareo, así que he decidido dejarlo y aventurarme con esta hipótesis que les cuento:
Hay tanto en Foe como en Cervantes una reivindicación abierta de los valores intrínsecos al hombre. De su capacidad de estar solo en el inglés, de su valor para gobernarse en la adversidad, de construirse y crecer en el infortunio. En el alcalino la grandeza de espíritu, la vocación heroica, la nobleza como forma de de conducirse y de mirar en el mundo de lo cotidiano. ¿qué les diferencia, entonces? ¿qué se encuentra en el corazón de sus identidades?
Quisiera abrir un par de compuertas para cualquier tarde que tengan a bien compartir una taza de té y un rato literario:
No hay en todo Robison una brizna de humor. Una insinuación al hecho cierto de que el hombre es el único animal capaz de hacer un chiste entre un estímulo y una respuesta. Yo tengo ataques de risa gozosos e incontenibles cada vez que leo cien páginas del hidalgo. Aún más, no hay en todo el texto del náufrago una sola tertulia, siquiera un amago. Que yo recuerde ahora un solo diálogo en formato de libreto teatral.
Por contra, todo es conversación entre Quijote y Sancho a lo largo de las mil aventuras y sucedidos. En alguna ocasión, incluso, Sancho suplica a su señor que levante la sanción que pesa sobre los dos y puedan, en presencia, abrir sus sentimientos, poder hablar, conversar, cotillear un poco. Poder entrar en relación con el mundo a través de las palabras, de su cálido abrigo, de su función de mantas cariñosas que cobijan frente a la intemperie a los interlocutores amigos, amantes, familiares o viejos conocidos.
La conversación –creo haberlo leído alguna vez en Bloom- es la esencia de ese libro desatinado y hermoso en grado sumo habitado por las palabras. Por la musicalidad honda, por el son de las palabras.
“La hora del alba sería”, dice el narrador en uno de los prmeros momentos. Conversar, hablar con el elegido, no tiene precio.
Literal.

07 enero 2013

Listados

Leo con atención un artículo de Jonathan Franzen sobre el suicidio de un amigo y me choco con Robinson Crusoe a quien el autor dedica unas bellas páginas de literatura comparada. Voy hasta Steiner a ver si encuentro algo relacionado pero retorno al Robinson cuyo texto conozco mal, por decir algo. Voy y vengo por los libros, ya les digo, como quien anda por una finca que fuera suya desde tiempos.
Se ha dicho con frecuencia que en el listado de cosas que salva el famoso náufrago del buque encallado se encuentra el origen de la literatura. En estos catálogos se toma conciencia de que cada persona podría elaborar el suyo, la lista de defensa que ha ido construyendo frente a las ofensas de la vida.
Mi catálogo preferido se encuentra en el pequeño nacimiento que tengo iluminado esta joven mañana de Reyes mientras cumplo con al grata tarea de darles noticia de mis andanzas.
Tiene mi belén arena de dos desiertos, un folio con el relato de Lucas escrito en mayúsculas muy pulcras y fechado en 1989, una figura que compró mi padre en la Plaza Mayor de Madrid en 1951, un burrito muy aparente cargado de leña que me han regalado este año, dos tipos de casitas, unas de la parte alta de San Antón en Cuenca y otras de la zona de Mojácar, Sierra Cabrera, Cortijo Grande. Un niño Jesús con la cabeza pegada por un accidente de traslados, muchos patos, gallinas y conejos; unas luces buenísimas que compré en un chino con varias cadencias que he fijado en una que se apaga y enciende lentamente iluminando el paso de la noche hasta llegar a la aurora, el alba y el amanecer. Y un tigre.
Veo mi nacimiento y me doy cuenta de la importancia máxima de ser depositario de un secreto.