Diario de un editor

29 junio 2009

frio

Metido ya en las harinas del verano( sin Mojácar por primera vez en muchos años ) me entrego al don impasible en una relectura consciente y profundamente voluntaria. Resurrección, AnaKarenina, Vida y Destino... los rusos. Nadie como los rusos para decir lo que tiene que decir el alma humana.
Voy y vengo devorando, e incauto, deseando que no se acabe. No hay nada más estúpido que querer terminar, decía Buoudelaire a modo de resumen.
Luego, el sábado por la tarde, me llego dando un paseo hasta el audotorio para oír la misa de Requiem de Verdi. Acomodado, me dejo mecer por la fuerza de uno de las grandes obras de la música de nuestro tiempo. Del viejo tiempo. Por un momento pasa la figura de Mikel Jakson y se me ponen los pelos de punta.
Pero es una mezzo soprano rusa , Ekaterina Gubanova, quién se convierte en la protagonista de la noche. Parece, desde lejos, que el tiempo ya la ha alcanzado. Viste un traje largo negro, con brillos. Probablemente demasiado usado. Desde luego no es el día de su estreno. Su rostro igual. Como si ya tuviera su ración de ofensas. Está , sin embargo , elegantísima. Canta como si todo fuera cierto. Discretísima, va diciendo las notas, como si el papel hubiera sido escrito para ella. Nadie parece darse cuenta, pero cuando llega su turno el silencio es aún mayor y más auténtico. Ella parece un alma.
! Dios mío , que poco sabemos sobre el frio !

22 junio 2009

mañanas

Me levanto muy pronto en Cuenca para dar un paseo y ver la exposición de los cuadernos de Fernando Zobel que me gustan tanto. Antes me voy por el entorno de la plaza, por los lugares de Fernando; la bajada de las angustias, el recreo peral, las fuentecillas de la calle san Pedro y eso. Es una mañana de mantequilla y huele a café malo, mientras abren las tiendas de recuerdos. Me siento en un pollete, enfrente justo de la que fue su casa, y me quedo quieto mientras el guardia, el barrendero, y los primeros turistas tienen la delicadeza de andar evitando el ruido y la presencia. Hay momentos como este que no te los puede robar nadie.
Luego entro en la catedral con las primeras luces buenas filtradas por las vidrieras de los abstractos ( Bonifacio, Torner, Rueda ... ) encargadas por Monseñor Guerra Campos. !Ahí es nada !. Resulta dificil imaginar un lugar donde pueda estarse mejor ( ni en la Caribe, aunque lo digan las agencias ) , mientras llega el run run de una misa de capilla. Esta la vida allí, detenida, quieta, encamada, lista para saltar sobre lo importante. Voy y vengo buscando mi sitio hasta que me siento enfrente de la lápida del viejo obispo Inocencio que era de León , vecino casi de Riaño, a quién mi padre trataba e incluso me llevó con él a alguna visita cargada de encargos familiares y redichos. Me da la luz por la espalda y va iluminando la leyenda de aquel hombre bueno. Al final creo que pone:
"Vivió toda su vida en paz".
Pues para que quiere uno más, pienso. Pienso también en la familia, en los amigos, en el tiempo que se fue y en que queda por venir, en la trama de la vida que uno pintan y otros miran. Sobre todo en lo que bien que se está en las catedrales, en silencio y sin dar la vara a nadie.
Ya en el museo veo un poco los cuadernos y me doy una vuelta por las salas. Me paro ante un mapa de España que han preparado en razón de los lugares por donde pasó Fernando buscando las luz. Mucha Mancha, mucha Andalucía y mucha Extramadura.
Ni una sola referncia a la tierra impar a la que vuelvo por la tarde. Y menos mal, porqué había perdido la llave del coche y ya me veía varado en el paraíso.

15 junio 2009

sordos

Hubo un tiempo en que cada cosa era nombrada de forma inequívoca por una palabra. Las palabras entonces- ya lo he dicho alguna vez- tenían nostalgia del cuerpo. De este lenguaje fundacional, único y verdadero han dado cumplida cuenta Steiner y tantos otros. Luego vino la torre de Babel y el mundo quedó sumido en la confusión, las palabras dejaron de iluminar y los hombres comenzaron a señalar la distinción entre ellas y los hechos, afirmando que el milagro había concluido.
Hace unos días, por razones laborales, he tenido que mediar entre la administración a la que pertenezco y una familia gitana que se niega a un implante para su pequeño hijo de tres años, sordo de nacimiento.
-- Ven a verlo, merece la pena, me decían las profesoras del colegio.
-- No hay necesidad, estoy convencido de la bondad de intentarlo, decía yo parapetado tras las seudoobligaciones de gestión.
No sabía lo que me estaba perdiendo. Llevado por el destino estuve un par de horas con la criatura mientras trabajaba con la persona que le conectaba al mundo.
Extendido sobre la mesa un cuento de animales en un pequeña granja, atrapaba el conejo y lo nombraba con un signo de sus manos. Luego el perro, la vaca, el gallo, el caballo y el pájaro. Finalmente su propio nombre.
Era tal la fuerza con la que lo hacía, la alegría que despedía su rostro con cada acierto, la plenitud de su ser en el encuentro que fue como ir al circo de la mano de mi padre cuando era yo mismo pequeño. Pocos espectáculos tan hermosos tengo guardados en mi memoria. Algún amanecer, el sol del otoño. Poca cosa.
Quizás no sea tan listo como te parece, me dijo la profesora. Quizás solo tenga que ver con la necesidad que tenía de comunicarse. Nadie puede vivir sin hacerlo. Esta claro, concluyó bajando vergonzosamente su cara de maestra.
Y yo salí de allí, como el que hubiera estado en el paraiso.

02 junio 2009

las nubes por dentro

La maldad se esconde por los entresijos de las cosas. Debajo de los adoquines donde otros intuyeron playas, la grosería, la falta de atención y de cuidado, minan el mundo en una labor de zapa que pocos conocen. En toda separación, en cualquier disturbio, en la zafiedad, habita la muerte con la que hay que tener las relaciones justas.
Una vez que se han visto las nubes por dentro ya no hay quién ciegue la iluminación de los bajos fondos, y el amor deja de ser una aventura para convertirse en un anuncio. Cuando se pasa por las nuebes , cuando se abren a nuestro paso, uno tiene la sensación de haberse hecho viejo sin remedio alguno.
La vida se sostiene desde la bondad que es la encargada histórica de mantener el embrujo del mundo. Cuando alguien llega y descorre las nubes para que podamos mirar por dentro, sabemos de la existencia del maligno. Son los bondadosos, pues, los imprescindibles. Los encargados de velar porqué no sabemos ni el día ni la hora.
Trapiello tituló así un volumen de sus memorias. Dentros de unos días vendrá a presentar la novela del incesto y le preguntaré por todo esto. Seguramente tengamos suerte. Habrá mucha gente y se me olvidará el asunto.