Diario de un editor

11 marzo 2013

asiática

En el mundo del que yo vengo nadie podía considerarse realmente enfermo salvo que tuviera " la asiática ". Quiero decir que el universo de los catarros, catarrazos, pasmos, trancazos y resfriores, la asiática , era la única gripe que merecía ser catalogada.
Domingo Criado , el pintor, me contó una vez, cmo durante su servicio militar un sujeto que había estado desaparecido varios días de sus obligaciones cuartaelarias, llegó muy pichi a la formación y a preguntas del sargento respondió con el aplomo de los barrios:
 ¿ Que pasa ? ¿ ¿ Es que aquí no se puede coger la asiática ?.
El sargento , al parecer, le devolvió una hostia descomunal y seca y sin mediar más palabras el punteras se incorporó dandose por cerrado el incidente.
A la hora de escribir estas líneas yo mismo estoy bajo los efectos de la asiática. Hace muchos años que no tenía fiebre. Fiebre a la caida de la tarde, momentos en los que uno ve o intuye cosas cuya relación con la realidad dista mucho de ser la habitual , por decirlo de alguna manera.
Cervantes tenía fiebre muy alta el día de la gran batalla de Lepanto. Tuvieron que bajarlo a la bodega porque en su estado no podía gobernarse. Me imagino que deliraba y sudaba por todo el cuerpo. En un momento de lucidez, sin embargo , se puso en pie y le dijo al capitaán que estaba decidido a luchar y que nadie iba a impedírselo. Con aquella voluntad y aquella fiebre Cervantes entabló batalla durante mas de seis horas en un escenario dantesto, imposible de imaginar para nosotros.. Rosa Rossi , su más lúcida biógrafa, dice que entonces Cervantes "vió". Seguramente vería la muerte, el dolor extremo, la valentía , el coraje. Las cosas que anidan el corazón del hombre. Seguramente vió también quién era él y se convirtió en un hombre de respeto. Esa clase de hombres que saben que siguen vivos porque así lo ha querido el destino.
Tumbado en el sillón de la tele , sin poder leer y sudando como un pollo, he pasado estos días entre documentales de grandes felinos y resultados de los partidos en juego. Al final de no se que telediario asistí conmovido a una de esas noticias que necesitan de la fiebre para alcanzar su explendor originario:
un niño negro , muy pequeño y ciego , había sido invitado al vestuario del Barcelona para saludar a los jugadores. El niño ponia su cabecita en la barriga de las estrellas , luego les tocaba la cara, o las manos y decía.
! El Messi !. ! Puyol ! ! Alexis !.
Los jugadores estaban al borde de las lágrimas. Y no era para menos. El níño veía y ellos veían en el niño.
La asiática , ya les digo.

04 marzo 2013

sardinas

Tras un estrepitoso fracaso en mi debut con el mundo de las hamburguesas he pasado el fin de semana leyendo a Plá como quién toma un antibiótico. Hay que hacerlo. No queda más remedio. Es como decir que no o cerrar algo. Lo haces ahora o tendrás que hacerlo luego. Mas tarde. Da lo mismo.
Leer a Plá es reconciliarse con la voluptuosidad del mundo. Sardinas de L, Escala, conejos a la brasa, salsa, ailoli, relexiones sobre los vientos de garbí, jaoroque, mistral, tramontana o terral que me explicó una noche en Barcelona un arquitecto muy cabal que tenía casa por la zona. Ensalada de tomate y pimiento, silencio de olivares, el latido de la curiosidad, la emoción ; inmensa ternura del azul del cielo sobre el cabo de San Sebastiá.
Hay que hacer esto de vez en cuando, vivir a flor de piel, huir de las profundidades como quién huye del maligno, entregarse a pasar el rato sin hacer mal a nadie, viviendo de la lectura y los paseos, atentos a los movimientos del tiempo , el cambio de las estaciones, la conversaciones y los vientos. Hay que intentar estarse quieto para poder mirar como la vida va haciendo su trabajo. Trajinar es cosas de pardillos.
Un señor que habla tan bien de los vientos tiene que estar en los cierto.
Estoy dándole vueltas a un libro que se llame galeria de almendros. Les voy contando.