Diario de un editor

30 noviembre 2009

desorden

" El cielo es negro. La tierra tiene un color azul hermosísimo".
Yri Gagarin voló al espacio en 1961. Los papeles descatalogados de aquel primer viaje humano ala espacio se han subastado en el año que se cierra, el mismo en que ha tenido lugar la larga reflexión sobre el desorden que lleva el editor a cuestas.
" El cielo es completamente negro. Las estrellas tienen un aspecto brillante y claro sobre este fondo negro. La tierra tiene una aureola muy característica y de un hermosísimo color azul. Esta aureola se ve muy bien cuando observas en el horizonte la suave transición de azul a azul oscuro, al violeta y al negro completo del cielo. Esta transición es muy hermosa".
Con una letra ordenada, delicada si cabe, con sus márgenes blancos casi maquetados, pocas veces un informe administrativo ( mucho menos comunista ) ha destilado tanta poesia y tanto amor por lo creado. Por la belleza interna de lo creado.
Frente a la hipótesis de la armonía se levanta el mar proceloso de nuestro miedo a la confusión. El pánico del hombre al caos, el miedo a despertar en medio de la noche y encontrarse en la confusión, preso en un ámbito sin estructura interna, nos resulta tan cercano, que forma parte de nosotros.
En esa tensión, la enfermedad se persona en el territorio del desorden. Fuera del orden que creiamos interno y siempre recuperable con nuestra decisión de alejarnos de nuestros propios errores, la enfermedad, con su eviencia de carecer de significado, nos sume en el desierto de lo carete de sentido.
La primera tarea del enfermo es pues, congraciarse con ambas caras de la fragil moneda que es la vida. Alabar el gran misterio de lo creado y pasar con decisión por las tempestades con la firme voluntad de llegar nuevamente al otro lado.

25 noviembre 2009

efectos secundarios

La enfermedad guarda una íntima relación con el desorden. Atrapados por la idea de un orden cósmico, una dulce unidad de las cosas, un viento conmovedor que cruza la identidad de lo humano, la enfermedad se presenta como la sospecha de que nada es cierto, que vivimos a la intemperie del garbí, sin abrigo alguno. La enfermedad, como el desorden, carece de significado, esa es la cuestión de fondo. Tiene además efectos secundarios:

Te permite no tener mas noticias de los hijos de las compañeras de trabajo.
Desaparece por una temporada larga el imperativo categorico.
La agenda de telefónos se limpia sola como cuando de desatasca la tuberia del vecino que nos estaba jodiendo.
Se ilumninan miniaturas cotidianas a las que no prestabamos atención alguna.
Se puede viajar en autobus sin necesidad de destino.
Se aprecia la importancia del diagnóstico; lo sustantivo por encima de la gestión del servicio.
Un rato de sol, un amanecer en invierno, un Johny Walker etiqueta negra, dos huevos fritos, un amigo, la salve de los trapenses y la apertura del Tanhausser, por ejemplo, toman su debida importancia.
La muerte, por fin, se persona como un precio justo.

Ya les digo, una mala enfermedad convie con la ventaja de conocer el valor del desorden necesario.

03 noviembre 2009

maldades

Las maldadades suelen hacer poco daño e iluminan la escena. Se trata de una opinión muy sesgada, desde luego, pero hay que defender de vez en cuando estos dobleces del lenguaje, los márgenes donde a veces se toman un respiro las palabras.
Las maldadades a las que me refiero carecen de dueño, son como galgos que corren por los campos sin liebre alguna, bengalas en medio de la noche que ilumninan un rincón, un instante y luego nada, como en el soneto de Cervantes.
Corre en estos días una maldad que señala al presidente del Gobierno en relación con Sabino Fernández Campos y su entierro. Según la maldad, Zapatero dijo que no iba a la ceremonia porque apenas había conocido a Sabino y alguién tradujo enseguida que el leonés no iba porqué no sabía quién era el asturiano. Iluminador, cuando menos. Otra:
El editor se encuentra a la espera de consulta de urologia en un gran hospital de los que te quitan el nombre ya en los ascensores. Está allí aguardando a que le digan lo que no quiere oír, asustado, intentando con todo pase pronto. Se llega hasta el servicio para arreglarse un poco la calva y se encuentra con un grafiti tonto, de los habituales de la sordidez y el descaro:
" al final todos venimos a parar al mismo sitio ".
Lo bueno era la firma: Saramago.
Disculpen el atrevimiento.