asiática
En el mundo del que yo vengo nadie podía considerarse realmente enfermo salvo que tuviera " la asiática ". Quiero decir que el universo de los catarros, catarrazos, pasmos, trancazos y resfriores, la asiática , era la única gripe que merecía ser catalogada.
Domingo Criado , el pintor, me contó una vez, cmo durante su servicio militar un sujeto que había estado desaparecido varios días de sus obligaciones cuartaelarias, llegó muy pichi a la formación y a preguntas del sargento respondió con el aplomo de los barrios:
¿ Que pasa ? ¿ ¿ Es que aquí no se puede coger la asiática ?.
El sargento , al parecer, le devolvió una hostia descomunal y seca y sin mediar más palabras el punteras se incorporó dandose por cerrado el incidente.
A la hora de escribir estas líneas yo mismo estoy bajo los efectos de la asiática. Hace muchos años que no tenía fiebre. Fiebre a la caida de la tarde, momentos en los que uno ve o intuye cosas cuya relación con la realidad dista mucho de ser la habitual , por decirlo de alguna manera.
Cervantes tenía fiebre muy alta el día de la gran batalla de Lepanto. Tuvieron que bajarlo a la bodega porque en su estado no podía gobernarse. Me imagino que deliraba y sudaba por todo el cuerpo. En un momento de lucidez, sin embargo , se puso en pie y le dijo al capitaán que estaba decidido a luchar y que nadie iba a impedírselo. Con aquella voluntad y aquella fiebre Cervantes entabló batalla durante mas de seis horas en un escenario dantesto, imposible de imaginar para nosotros.. Rosa Rossi , su más lúcida biógrafa, dice que entonces Cervantes "vió". Seguramente vería la muerte, el dolor extremo, la valentía , el coraje. Las cosas que anidan el corazón del hombre. Seguramente vió también quién era él y se convirtió en un hombre de respeto. Esa clase de hombres que saben que siguen vivos porque así lo ha querido el destino.
Tumbado en el sillón de la tele , sin poder leer y sudando como un pollo, he pasado estos días entre documentales de grandes felinos y resultados de los partidos en juego. Al final de no se que telediario asistí conmovido a una de esas noticias que necesitan de la fiebre para alcanzar su explendor originario:
un niño negro , muy pequeño y ciego , había sido invitado al vestuario del Barcelona para saludar a los jugadores. El niño ponia su cabecita en la barriga de las estrellas , luego les tocaba la cara, o las manos y decía.
! El Messi !. ! Puyol ! ! Alexis !.
Los jugadores estaban al borde de las lágrimas. Y no era para menos. El níño veía y ellos veían en el niño.
La asiática , ya les digo.
Domingo Criado , el pintor, me contó una vez, cmo durante su servicio militar un sujeto que había estado desaparecido varios días de sus obligaciones cuartaelarias, llegó muy pichi a la formación y a preguntas del sargento respondió con el aplomo de los barrios:
¿ Que pasa ? ¿ ¿ Es que aquí no se puede coger la asiática ?.
El sargento , al parecer, le devolvió una hostia descomunal y seca y sin mediar más palabras el punteras se incorporó dandose por cerrado el incidente.
A la hora de escribir estas líneas yo mismo estoy bajo los efectos de la asiática. Hace muchos años que no tenía fiebre. Fiebre a la caida de la tarde, momentos en los que uno ve o intuye cosas cuya relación con la realidad dista mucho de ser la habitual , por decirlo de alguna manera.
Cervantes tenía fiebre muy alta el día de la gran batalla de Lepanto. Tuvieron que bajarlo a la bodega porque en su estado no podía gobernarse. Me imagino que deliraba y sudaba por todo el cuerpo. En un momento de lucidez, sin embargo , se puso en pie y le dijo al capitaán que estaba decidido a luchar y que nadie iba a impedírselo. Con aquella voluntad y aquella fiebre Cervantes entabló batalla durante mas de seis horas en un escenario dantesto, imposible de imaginar para nosotros.. Rosa Rossi , su más lúcida biógrafa, dice que entonces Cervantes "vió". Seguramente vería la muerte, el dolor extremo, la valentía , el coraje. Las cosas que anidan el corazón del hombre. Seguramente vió también quién era él y se convirtió en un hombre de respeto. Esa clase de hombres que saben que siguen vivos porque así lo ha querido el destino.
Tumbado en el sillón de la tele , sin poder leer y sudando como un pollo, he pasado estos días entre documentales de grandes felinos y resultados de los partidos en juego. Al final de no se que telediario asistí conmovido a una de esas noticias que necesitan de la fiebre para alcanzar su explendor originario:
un niño negro , muy pequeño y ciego , había sido invitado al vestuario del Barcelona para saludar a los jugadores. El niño ponia su cabecita en la barriga de las estrellas , luego les tocaba la cara, o las manos y decía.
! El Messi !. ! Puyol ! ! Alexis !.
Los jugadores estaban al borde de las lágrimas. Y no era para menos. El níño veía y ellos veían en el niño.
La asiática , ya les digo.