Diario de un editor

30 julio 2007

amanece

Sobre las siete menos diez, desde mi habitación se oye cantar al cuco. Me levanto despacio y voy directamente a la ventana grande del salón para ver los colores malvas, platas, azules y rojos que arrastra el alba. Me siento en la tumbona de la terraza, me tapo un poco con una toalla grande y veo llegar los pesqueros de Garrucha, mientras el sol, un disco grande, primero naranja y después amarillo, aparece en la línea del horizonte y se va haciendo fuerte con una seguridad serena y antigua. Cuando los barcos pasan por debajo ya ha amanecido. No hay rastro de la maldad de los hombres, me digo cada día. Vacaciones.
Hay poca literatura de este génro en nuestro país. Un hermos libro de cabecera " Las horas " de Josep Plá y otro de Muñoz Rojas " Cosas del Campo ", se me vienen ahora a la cabeza. La editorial tiene una pequeña colección que se llama así y en octubre publicaremos un diario de pesca muy bonito con un apunte de Fernando Zóbel en portada que ha autorizado con una gentileza muy especial Rafael Perez Madero, el texto lo está revisando Olga Carretón y llevará unos monos del pintor Luciano Estaban que parecen que viven por su cuenta. Pienso también en eso mientras el sol sigue subiendo. Luego me bajo a dar un paseo por la playa. Frente a la queja, alabanza, me digo. Son poco mas de las siete y media de la mañana. Saludos.

09 julio 2007

semiótica

Leo en un manual de semiótica cosas sobre la diferia entre códigos icónicos y arbitrarios. El autor pone como ejemplo de la frágil diferencia entre ambos el hecho de que en el código gestual de los sordos españoles, sábado se dice al pasarse la mano por la cara. Algo totalmente arbitrario sino fuera porque no hace muchos años el sábado era el día señalado culturalmente para el afeitado de los chicos. Sábado, sabadete...., decía el refrán de mis tiempos.
Me viene a la cabeza el misterio de la relación oculta de las cosas. Una especie de hilo conductor que va ligando el mundo y del que ha veces nos llegan noticias, generalmente de bondad, que sirven para que nos sintamos en casa, para oir la sinfonía deluniverso, la puerta de los mundos, a veces entreabierta a primeras horas de la mañana. Esa hora en que parece que la luz no la ha usado nadie.
Las palabras, el hilo del lenguaje. Desde siempre la literatura ha estado implicada en desmontar la teoria de que el cosmos era un código arbitrario en el que se celebraba la fiesta de los locos.
Es una hermosa tarea empañada en estos días por la búsqueda del santo grial, los templarios, las catedrales y otras suertes de secretos menores en manos de desaprensivos del marketing.

02 julio 2007

bien y mal

Normalmente tenemos una idea de la bondad bastante asentada. Nos resultan cercanos los ejemplos de heroicidades domésticas, de gentes que cuidan durante años de sus familiares o amigos enfermos durante las 24 horas del día, con un esfuerzo tan extrordinario como incomprensible, que nos llena de un sobrecogimiento interior, de una iluminación especial que nos habla de quienes podemos llegar a ser cuando resultamos habitados por un misterio tan peculiar como la bondad intrínseca. Algo que nos supera. Algo que vive en nosotros, sin nosotros.
No nos sucede lo mismo con el mal. Es fácil comprobarlo. Tradicionalmente hemos dicho que el mal era el Fondo Monetario Internacional, o cosas así para salir del paso. Como mucho sabemos que todo eso son manifestaciones del mal, fotografias de correo electrónico para funcionarios ñoños. Van a estrenar en etos días una película que habla de un asesino en serie de 12 años, primeros de siglo en Argentina. Una historia real. ¿ Pueden los niños ser malvados ? ¿ Puede el mal también habitar en ellos ? Igual que la bondad, ¿ se trata de un misterio poderoso? ¿ Quién se ocupa de él ? ¿ Quién estudia sus andanzas ?.
Estos son los temas que nos tienen secuestrados el de la pulsera y otros. Temas que en cuanto llegue el olor a generales van a desaparecer incluso del mapa de los listos.
Ni siquiera los libros se ocupan de estos fieros asuntos. Uno a veces de queda quieto, como los gatos, dando en pensar de que coño se ocupan ahora los libros.