15 noviembre 2010

colillero

Fuí amigo del tío Rivero durante más de media docena de años, el tiempo que pasé trabajando en un reformatorio de menores. Los mejores años de mi vida, pero ese es otro cantar.
El tío Rivero era una autoridad en el barrio. Un hombre cabal e íntegro al que le gustaba que le llevara al centro de rompedor para tomar un par de copas y degustar la presencia de las señoritas inalcanzables que solo salen por la noche.
Hasta llegar a obrero cualificado del sector automovilístico me contó que solo había tenido dos profesiones : colillero y cantante de bautizos.
En los tiempos en que la compañías de catering andaban todavía en el sutil mundo de los neo-natos, la gente pobre aliviaba la falta de músicos y equipos con hombres de copla fácil y bien administrada que hacian llegar la lágrima a aquellas mujer duras de tanto sufrimiento.
De su vida de colillero , sus primeros años laborales, me relató en un par de ocasiones , con la precisión del técnico, el trayecto profesional que comenzaba en la vieja estación y terminaba en la plaza mayor donde estaban los hoteles. Durante el tránsito el colillero se colocaba a popa y así seguía espectante hasta que el caballero tiraba lo que quedaba del puro, el producto mas preciado del sector.
Recuerdo que yo lo pasaba todo a un cuaderno de hule muy bonito , a modo de apuntes antropológicos para que no se perdieran aquellas reliquias del pasado viejo.
El otro día, al entrar a un hospital para mas pruebas y eso, ví a una mujer vaciar un gran recipiente de colillas ( los irreductibles fumadores de la administración ) , meter todo en un bolso grande y seguir su camino que me pareció de tristeza y hastio. No tenía pinta, sin embargo, de enferma mental, ni siquiera de marginada al uso. Nigún parentesco aparente con Diógenes.
Era solo, creo, un doblez del tiempo que vuelve.