Quijote 2
Termino ya el primer Quijote y me adentro en un par de libritos de Rosa Rossi que oye muy bien a Cervantes cuando deja el calzador del feminismo. Un artículo magistral sobre los sucesos de Lepanto. Ahí me quedo algunas horas del domingo mientras fuera va cambiando el tiempo y los vientos de tormenta arrastran ya los primeros signos del otoño.
Los entendidos hablan con cierto desprecio de esta primera parte y aseguran que no puede enfrentarse a una continuación de tan rotunda, tan profunda y tan dolorosa. Estoy de acuerdo.
Pero mi primera parte esta llena de abril, de fragilidad, de intentos. Puede oirse el rumor del arroyo convirtiéndose en el río de la gran novela que vendrá después. Por momentos se percibe la seguridad del escritor que ha descubierto una derrota y la sigue curioso e impenitente. Imagino a Cervantes triste de tanto ver el mundo, quizás en el cárcel de Sevilla , escribiendo un relato para entretenerse y dándose cuenta poco a poco que la mano se le escapa, que los personajes comienzan a ir a su aire, que les da por hablarse entre ellos olvidándose del autor. Casi me llega su sonrisa y su miedo a seguir avanzando. Miedo a soltar las riendas y dejarse llevar. Pasar dos o tres horas escribiendo, dejar la pluma y darse cuenta que la tarde se ha ido y solo queda los últimos rayos de un sol que hace pan de oro con cualquiera de nuestros objetos cotidianos.
Solo conociendo las ofensas que la vida guardó par aquel ser tan diferente puede uno imaginarse su enajecación, su risa profunda, mientras escribía esta primera parte que tanto nos gusta a los íntimos.
Los entendidos hablan con cierto desprecio de esta primera parte y aseguran que no puede enfrentarse a una continuación de tan rotunda, tan profunda y tan dolorosa. Estoy de acuerdo.
Pero mi primera parte esta llena de abril, de fragilidad, de intentos. Puede oirse el rumor del arroyo convirtiéndose en el río de la gran novela que vendrá después. Por momentos se percibe la seguridad del escritor que ha descubierto una derrota y la sigue curioso e impenitente. Imagino a Cervantes triste de tanto ver el mundo, quizás en el cárcel de Sevilla , escribiendo un relato para entretenerse y dándose cuenta poco a poco que la mano se le escapa, que los personajes comienzan a ir a su aire, que les da por hablarse entre ellos olvidándose del autor. Casi me llega su sonrisa y su miedo a seguir avanzando. Miedo a soltar las riendas y dejarse llevar. Pasar dos o tres horas escribiendo, dejar la pluma y darse cuenta que la tarde se ha ido y solo queda los últimos rayos de un sol que hace pan de oro con cualquiera de nuestros objetos cotidianos.
Solo conociendo las ofensas que la vida guardó par aquel ser tan diferente puede uno imaginarse su enajecación, su risa profunda, mientras escribía esta primera parte que tanto nos gusta a los íntimos.
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