09 mayo 2011

Ballesteros

Tuve oportunidad de conocer a Ballesteros una vez , hace ya algunos años. Creo que era el año anterior al que comenzara su final: separación, retirada y enfermedad. En su biografía, tan trágica, no le faltaba de nada.
Fue en una pequeña ceremonia familiar ( la primera comunión de una hija suya y una sobrina mía ) en una pequeña parroquia de Santander cercana al Sarninero. Llegabamos los dos un pelín tarde por tema de aparcamiento, y allí, al entrar de la igesia, cambiamos una palabras y estuvimos bastante cerca durante la celebración. Unas sonrisas de complicidad y al final otras pocas palabras. Eso fue todo.
Durante algún tiempo estuve dándole vueltas a lo que parecía tener aquel hombre. No podía ser la cercanía del famoso a la que hace tiempo que tuve que acostumbrarme por temas profesionales. No era tampoco el rumor del éxito, ni siquiera de la gloria. Era algo más que no lograba identificar: humildad, gracejo, simpatía, cercanía, entidad.. No daba con ello.
Al recibir la noticia de su muerte y volver sobre el pasaje, de pronto se me ilumina la escena y le veo él , tan ancho de espaldas, tan rotundo. Ya está, me digo. Ese hombre tenía tal dosis de autenticidad, que se le escapaba por el cuerpo. Las palabras tienen nostalgia del cuerpo, ya se ha dicho.
La autenticidad es el gran valor en falta. No hay manera. Las gentes o pretenden aparentar lo que quieren ser, o adornan lo que son. Carecen del buen gusto para ser en medio de esta bella catástrofe.
El editor busca de forma constante esa autencidad en sus libros. Busca una buena manta que cobije el texto. A veces se acerca y entonces sonrie como me sonrió aquel día Ballesteros, cuando los niños volvían para dar un beso a sus padres.
" Luna de Artemisia " que acabamos de publicar tiene un aire de auténtico. Nunca había dicho esto de un libro mio.
Lo digo en honor a Ballesteros.