09 junio 2008

escenas

Media tarde del sábado. Una llamada avisa de una urgencia familiar. La famosa tía se ha caído y esta tirada en su casa con la puerta cerrada por dentro y la cena haciendóse a fuego lento en la cocina. Ochenta años y vive sola. Ha llamado por el inalámbrico. Hay que avisar a la policia, al cerrajero, y nadie más, porque no tienen a nadie mas que a su hermano también mayor y con la cabeza en algún sitio que el solo sabe. Tras un par de horas finalmente la puerta cede y se ilumina la escena. Ella esta allí tirada en el suelo dando voces de mando, riñiendo al cerrajero por su impericia, hablando de dolores crónicos y de dinero, de patrimonios rústicos y de relaciones sociales. Huele a gato y a polvo. Parece que todo va a derrumbarse en cualquier momento. Que todo va a venirse abajo como un castillo de naipes. Uno, sobrecogido, anda buscando el hilo conductor, la piedra angular de lo que falta, el origen de la devastación, el tiempo. Finalmente descubre que es la dignidad. La dignidad perdida; lo que hace que un hombre o una mujer estén legitimados para seguir viviendo.
Los hijos deben cuidar de la dignidad de sus padres mientras vivan y de su memoria cuando hayan muerto. Esta lección está aprendida. Nadie podría robármela. El problema esta cuando cuando falta alguno de los protagonistas, cuando estos hacen dejación de sus funciones, cuando el destino se tuerce, cuando la vida se cobra sus deudas, o, simplemente, cuando se va muriendo como uno ha sido.
En todos los casos la literatura tiene mucho que decir. Si en la escena que me persigue la tía hubiera estado con un libro en la mano, con un bonito libro, con una bella historia entre los dedos
la dignidad, creo yo, no hubiera tenido tan fácil la huida, ya ven lo que son las cosas.